Vaya por delante que a mí mis hijas me hacen mucha gracia. Las encuentro divinas, guapas, listas, ricas e ideales. Normal, son mis hijas. Ahora bien, eso no significa que le tengan que gustar a todo el mundo. Es más, una vez superada la etapa de babas de recién parida en la que le enseñaba la foto de la niña hasta a la cajera del súper, he de reconocer que ya no lo hago tan a menudo. Pienso, creo, me da la sensación de que no a todo el mundo le gustan los niños. Mucho menos si son ajenos. Y aunque le gusten no siempre tienen el nivel de tolerancia cuando hacen lo que todos los niños hacen: saltar, gritar, correr, tirar cosas al suelo…no parar un segundo.
Y tienen todo el derecho del mundo. ¡Sólo faltaría! A mí, por ejemplo, no me gustan los gatos y recuerdo una amiga que siempre que me veía me contaba las cosas que hacían sus gatos y la verdad es que me parecía aquello un coñazo importante. Supongo que habrá hombres y mujeres a los que las andanzas de los hijos ajenos les provocará idéntica sensación. Por lo tanto mantengo mi pudor, aquél que perdí en mi etapa puerpérea y me cuido muy mucho de sacar el móvil y decir aquello de: ¡Ay mira qué ricas son mis hijas! Para eso tengo este blog donde entra quien quiere. Sigue leyendo